Más Jordi y menos Prozac
per Adela Barranco
El objetivo de escribir nuestra historia es ayudar a quienes se encuentren en una situación desesperada con su(s) gato(s) a decidirse a contactar con el Educador de gats, como las anteriores historias nos ayudaron a nosotros, y sobre todo darles esperanzas a aquellos que piensan que lo de sus gatos ya no tiene solución.
Gala y Alejo llegaron a nuestras vidas hace 6 y 5 años respectivamente, ambos recogidos de la calle siendo pequeños. Desde entonces hemos sido una familia de cuatro miembros, con todo lo que eso implica. En estos 6 años nos hemos mudado de casa, hemos cambiado de cuidad y hemos viajado mucho y todo lo hemos hecho juntos. Los gatos no son muy amigos de los cambios, por lo que los primeros días después de un viaje se peleaban entre ellos. Nada grave, a los pocos días volvían a jugar, dormir y lavarse juntos.
Pero un día, cuando llegamos a casa, encontramos a Gala escondida en un armario, aterrorizada, bufando y chillando cada vez que intentábamos sacarla de su escondite. Alejo, muy nervioso, la buscaba por cada rincón de la casa con el pelo erizado y en modo ataque. Estábamos desconcertados. ¿Qué había pasado? ¿Por qué nuestros gatos se comportaban así? Intentamos no darle demasiada importancia pensando que se les pasaría, pero cada vez que Gala intentaba salir, Alejo la atacaba con mayor fiereza. Al día siguiente Gala salió y Alejo se tiró sobre ella con más violencia que nunca y yo, que no sabía cómo reaccionar, cogí al gato por el lomo mientras le gritaba. En ese momento se giró y me mordió la mano. No podía creerlo, mi gato tan cariñoso y manso se había convertido en un monstruo. No entendía nada. Lo único que puede hacer fue separarlos y encerrar al gato en una habitación mientras buscaba la ayuda de un experto…
Aquella noche llamamos a todos los veterinarios de Málaga que tenían teléfono de urgencias y ninguno supo ni quiso ayudarnos. En ese momento te encuentras tan solo, aun no sabes que ha pasado, pero te ha cambiado la vida…a peor. Teníamos a Alejo encerrado en una habitación, con sus comederos y su arena, pero no paraba de maullar y rascar la puerta ni un segundo. Probamos a encerrar a Gala que es mucho más dócil y aunque ella no se quejaba nos daba mucha pena tenerla sola todo el día, así que la cambiamos a nuestra habitación para que al menos durante la noche estuviese acompañada. Y así dormíamos los dos con Gala, los comederos y el cajón de arena encerrados en pleno agosto y con Alejo rascando la puerta toda la noche para que lo dejásemos entrar. Una pesadilla.
Entre tanto contactamos con una etóloga malagueña que vino a casa para conocer el problema. Nos recomendó mantener a los gatos separados hasta que la medicación que les pautó hiciese efecto. El tratamiento consistió en encerrar a un gato durante el día y al otro por la noche, llenar la casa de dispositivos de feromonas (Feliway), enriquecer el ambiente y Prozac. Aquí empezó otro calvario; darles la medicación a los gatos se convirtió en un ejercicio diario de ingenio que ponía a prueba todas nuestras habilidades y cada 12h. cambio de habitación, salía un gato y encerrábamos a otro. Las 12h. que Alejo estaba encerrado no paraba de maullar para salir y las 12h que estaba fuera no paraba de rascar para entrar. Mientras, más Prozac. La etóloga incrementó la dosis en 2 ocasiones más, pues no aparecía ningún cambio (a mejor) en el comportamiento de los gatos. Más Prozac, más dosis, más tomas, más ingenio, más habilidad…ningún cambio. Empezamos a considerar seriamente dejar de darles el Prozac a los gatos y tomárnoslo nosotros, el problema no se arreglaría, pero, al menos, nos daría igual.
Alejo, que era quien tomaba más medicación, comenzó a adelgazar hasta quedarse casi en los huesos y presentaba una respiración abdominal muy forzada. Para cuando nos dimos cuenta de lo que estaba pasando, Alejo ya padecía un fallo multiorgánico con daños en pulmones, riñones, vejiga e hígado por probable envenenamiento paulatino, según nos dijo nuestro veterinario, quién suspendió el Prozac de inmediato, ya que todo apuntaba a que era el causante de los daños. Cuando lo comentamos con la etóloga nos dijo que esperásemos a ver si se recuperaba y desde entonces no hemos tenido noticias suyas. Con la retirada de la medicación y muchos cuidados Alejo mejoró, pero el problema inicial seguía estando ahí, la casa dividida y los gatos encerrados la mitad del día.
Un buen día, desesperada, buscando en la web, vi la página del Educador de gats y pasé la tarde leyendo los relatos que aparecen en ella, de gente, que como nosotros, no sabían a quién acudir y que encontraron la solución a sus problemas felinos en el misterioso educador. Llevábamos ya 7 meses atrapados en esta situación, angustiados, encerrados en nuestra propia casa, sin vacaciones y casi sin salir. Escuchando a la gente de nuestro entorno decirnos una y otra vez que el problema no tenía solución y ofreciendo a su vez las más variadas alternativas que iban desde “yo me quedo con uno de los gatos” a “si fuera mio lo había tirado ya por la ventana”.
En este punto estábamos cuando contactamos con Jordi, que desde el principio mostró interés por el caso y que se ofreció a desplazarse hasta Málaga. No pudimos negarnos. En los días que transcurrieron desde que nos pusimos en contacto con él hasta que vino, pensé fríamente que ya no esperaba encontrar una solución, sino alcanzar la tranquilidad del que sabe que ha hecho todo lo que estaba en su mano. Y por fin llegó el día. Jordi, que despide paz y buena energía a partes iguales, llegó, los juntó y nos hizo ver que Alejo no se había convertido en ningún monstruo, simplemente tenía miedo y no sabía como salir de ahí.
Jordi con su voz, que es casi un susurro, y sus “ssshhh, ssshhh” mágicos fue tranquilizándolos, explicándoles casi sin hablar que estaba ahí para ayudarles y los gatos, incomprensiblemente, lo entendían y se fueron relajando cada vez más hasta que un par de horas más tarde nos sorprendimos los tres hablando en la cocina mientras los gatos estaban solos en el salón. Respiramos hondo, sabíamos, como él nos dijo, que quedaba mucho trabajo por delante y que teníamos que ser muy constantes, pero también nos dijo que no tenía ninguna duda de que triunfaríamos.
Las horas que pasó en casa fueron las mejores de los últimos 7 meses, estábamos viendo la luz, ahora sabíamos cómo hacerlo y lo más importante: había alguien que confiaba en nosotros. Jordi se fue, pero ha seguido a nuestro lado en cada email, dándonos la seguridad del que sabe que tiene alguien ahí que lo ayuda y lo entiende. Hemos trabajado duro, pero desde la segunda noche dormimos los cuatro juntos, desde la segunda semana no los hemos vuelto a encerrar y el día que hizo un mes pasamos 4 días fuera de casa y se quedaron solos y juntos.
Ahora juegan y duermen juntos, se lavan el uno al otro, a veces mantienen las distancias, otras se enfadan, pero ahora sabemos qué hacer y qué no hacer y hemos vuelto a ser una familia de cuatro. Gracias Jordi por haber traído la armonía, el descanso, la felicidad y la confianza a nuestra casa, te lo agradeceremos SIEMPRE.
Adela, Ernesto, Gala y Alejo.