Educador de Gatos

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Maggie y Momo

Por Sofía Álamo

  

Disculpad si me alargo contando esta historia, pero es que dura mucho en el tiempo y, desde luego, se va a quedar para siempre en nuestros corazones. Os presento a las protagonistas:

Maggie La Gata
A Maggie la recogí con apenas mes y medio de la calle, enferma y con heridas. No sabíamos casi nada de gatos y lo que aprendimos estaba equivocado. Creció muy querida pero poco entendida; entre perros enormes. Tanto se parecía a ellos, que nunca trepó por los altos. Como mucho mesas, camas y sofás.

Momo
Formaba parte de una familia numerosa que vivía en el Ensanche de Vallekas. Paloma (Vallekanino1), nos contaba lo enfermita que la veía. Así que el día 3 de septiembre de 2016, cuando ella ya pudo acercarse lo suficiente a sus hermanos y a su mamá y sus tías, la pudo coger y la llevamos directamente al veterinario.

Dio positivo a herpes-virus. Tenía los ojos fatal, sobre todo el izquierdo, que acabó perdiendo a las pocas semanas, a pesar de un intenso tratamiento de antibióticos pinchados y en forma de colirio. La traje a casa y la instalé en el cuarto de baño de la habitación principal (planta de arriba; aislada, para prevenir contagios). Y aquí comenzó a gestarse el problema. Llega a casa una intrusita muy enferma a la que hay que atender en intervalos de dos horas durante todo el día, en un proceso que dura meses, con una enfermedad muy contagiosa que me obliga partir la casa por la mitad y a cambiar las rutinas de toda la familia.

Tenía que cambiarme de ropa al entrar en la zona de MoMo y lavarme bien y volver a cambiarme para poder estar con Maggie y los Ches (dos hermanos perros). Aunque estas naricillas listas sabían perfectamente que había una nueva huésped en casa y, desde luego, sabrían también que estaba enferma. Maggie, además, se enteró en seguida de que se había quedado con una buena parte de SU casa. Desde el día que llegó la peque, colarse a ver quién era semejante caradura se convirtió en un objetivo para ella. Fue un suplicio intentar evitar que, una gata que desde que llegó no trepaba a los muebles y se comportaba más como perrita que como gata, se atreviera a superar cualquier obstáculo por ruidoso, alto o peligroso que fuese para colarse por cualquier sitio o aprovechar un descuido mío para conocer a la visitante misteriosa. Tan atenta estaba que se me coló justamente el día que vine de operar a MoMo de uno de sus ojos. Mientras preparaba las gotas y su cena, Maggie consiguió subir a la planta superior, abrir una puerta y atacar a la convaleciente que se llevó un susto terrible y una herida en su cicatriz recién hecha que tardó muchísimo en cicatrizar. Eso me traumatizó bastante. Y la misma obsesión que tenia Maggie por acercarse a MoMo, era para mí que no lo consiguiera. Cada barrera que ponía, la muy intrépida la superaba en cuestión de horas. Así pasamos todo el invierno.

Cuando ya llegó la primavera y MoMo estaba fuerte y no suponía riesgo de contagio, con todo el miedo del mundo, intenté que se viesen las caras. Habían pasado meses y Maggie estaba muy preocupada y molesta y la pequeña MoMo muy alerta y nerviosa cuando notaba cerca a la otra gata. Instalé una jaula para perros en la puerta del jardín para que se viesen, sin peligro de ataques, pero Maggie parecía que se quería comer los barrotes de su celda. Siempre que se escapaba sorprendía a MoMo y no había pelea propiamente dicha, se trataba de una gata iracunda que enganchaba a la otra y no había forma de desengancharla. En esa etapa, como no podía atacar a la gatita, nos atacaba a los demás. Le teníamos tanto miedo que no nos atrevíamos a quedarnos a solas con ella. Convertí nuestros días en una especie de rutina carcelaria. Cuando una de las gatas estaba en casa, la otra se salía al jardín. Si una quería entrar, comprobaba bien todas las puertas y ventanas, cerraba a la gatita 1 en un cuarto, abría a la gatita 2, la dejaba en otro cuarto y procedía a sacar fuera a la gatita 1. Las puertas quedaban aseguradas con pulpos de esos de los coches. Las ventanas siempre cerradas o las persianas bajadas, por mucho calor que hiciese, porque las mosquiteras tampoco eran un problema: si Maggie veía a MoMo, las rompía y se lanzaba a por ella. Sí, es una locura. Así hemos estado durante casi dos años porque cada vez que probaba a juntarlas Maggie sólo quería atacar (o, al menos, eso interpretaba yo).

Hasta que una amiga pidió ayuda a Jordi Ferrés y nos contó lo estupendamente que le había ido, otra amiga organizó un seminario con él en su tienda1 y allí le conocí y supe que tenía que concertar una cita con él cuanto antes. El día 19 de mayo de 2018 quedará grabado en los anales de nuestra estirpe interespecies. Nos congregamos allí madrinas y padrinos de MoMo y observamos entre absortas y alucinados cómo Jordi abría por primera vez un canal de comunicación sano y efectivo. No sólo entre las gatas, si no entre especies: gatas, perros y humanoides en completa sintonía. Jordi tiene una afabilidad, un tono de voz dulce y paciente que te relaja sólo con verle. Su forma de entender cómo son las cosas y su conocimiento de la gente felina te da una confianza total y sólo observas y aprendes. El momento clave fue la presentación de ambas.

De aquella tarde se me quedaron grabadas muchas cosas. Entre ellas, que una parte de Maggie había estado oculta para mí. Él me descubrió su nobleza, su paciencia y que estaba en deuda con ella de alguna manera, por tanta incomprensión durante tantos meses. Me dijo: no hay mala fe en ella. También me dijo, ahora sabe que por fin la estamos entendiendo, no guarda rencores. Los demás nos mirábamos y hasta nos entraba la risa floja al presenciar situaciones en las que MoMo, bastante alterada, prefería buscar refugio detrás de su “supuesta” archienemiga, que acercarse a la gente de dos patas. Y anticipábamos capones y mordiscos que nunca, nunca sucedieron, desde que Jordi se cruzó en sus vidas. Es verdad que MoMo se vio superada por la situación. Había vivido demasiado tiempo súper protegida y resultó que no sabía cómo afrontar el hecho de que ahora tenía una hermana que quería relacionarse con ella. No se fiaba. Aún así, terminaron la sesión las dos subidas a sendas sillas, prácticamente pegadas, abriendo la primera tanda de conversaciones y acuerdos.

Las pautas que me dio Jordi fueron sencillas, lo que pasaba es que MIS barreras psicológicas y físicas eran las más difíciles de romper. Sí, había que resetear y darles ocasión de conocerse como es debido. Y repetir ese momento tantas veces como fuese necesario impidiendo que Maggie recurriese a los ataques como solución a su frustración. Ellas comenzaron las sesiones dando pasos de gigantes mientras yo seguía rígida como un palo. Aún así, seguí a rajatabla las indicaciones del maestro gatuno y menos mal que lo he documentado todo con vídeos y fotografías, porque nadie se creería que después de casi dos años de arrebatos de agresividad, miedos y barreras, en dos meses, las niñas están juntas las veinticuatro horas del día, a penas si se han dado en el proceso cuatro capones y unos cuantos bufidos. Ahora, hasta intentan jugar la una con la otra, aunque quieren ser las dos tan educadas, que todavía no se atreven del todo. Si dijese que en todo este tiempo no he aprendido nada sería ingrata. Hasta cuando no sabes comunicarte con la gente querida que te rodea, si hay amor y respeto, la convivencia mejora, muy lentamente pero mejora. Lo que sucede es que también se enquista lo malo.

Conocer a Jordi Ferrés, su forma de comunicarse con la especie felina, asimilar una de las frases más bonitas que he escuchado yo y que aplicaría en todas las facetas, "ES MUY IMPORTANTE QUE LLENEMOS DE FELICIDAD LA VIDA DE LOS GATOS”, ha hecho que lo que no conseguía el respeto, el amor y la paciencia, lo hayan logrado una comunicación eficaz y un conocimiento profundo de las necesidades que lo básico no cubre.

He aprendido que la gente felina necesita a veces que les saques de sus burbujas, la gente humana también lo necesita y en ese proceso, se crece y se alcanza una alegría infinita.

Jordi, tanto te agradezco tu paso por nuestras vidas que a partir de este año y para siempre, Maggie (cuya fecha de nacimiento es desconocida y elegí el 15 de junio de manera aleatoria) celebrará su nacimiento el día 19, porque ese día de mayo llegaste para ofrecerle el lugar que le correspondía, y para llenar de felicidad su vida, y un 19 de junio ya lo había conseguido.

Y lo que nos queda por disfrutar y aprender juntas.

GRACIAS.