Luna, Dharma y Olivia

per Victoria Tomás

Hacía ya cinco años que Luna, una gata blanca y negra de grandes ojos verdes, vivía con nosotros cuando decidimos adoptar a Dharma, una perra de aproximadamente dos años que había sido abandonada en una autovía. Nos preocupaba como se llevarían Dharma y Luna ya que ambas eran animales adultos. Además Luna es una gata miedosa, en parte debido a que sus anteriores dueños le habían extirpado quirúrgicamente las uñas para acabar abandonándola en una perrera. Con las uñas le quitaron sus defensas y por tanto le arrebataron la confianza en si misma.

El día que trajimos a Dharma a casa ya vimos que el encuentro no había sido bueno, la perra gruñó y ladró y la gata bufó y salió corriendo. No sabíamos como facilitar la adaptación y por ello buscamos ayuda profesional, se nos aconsejó que las fuéramos presentando poco a poco y sobre todo que permitiéramos a la gata tener un espacio propio donde refugiarse, un espacio al que no tuviera acceso la perra. Seguimos todas las pautas que nos dieron, pero la situación lejos de mejorar empeoró. La gata vivía recluida en nuestro dormitorio y solo salía para comer y utilizar su caja de arena. Cada vez que se encontraban en el salón teníamos que estar atentos para evitar una pelea. Los rifirrafes eran frecuentes y además de la tensión que suponía para nosotros estar siempre pendientes de evitar trifulcas, nos daba muchísima pena por Luna ya que había perdido gran parte de su territorio y se pasaba mucho tiempo debajo de nuestra cama. A veces encerrábamos a la perra en otra habitación e intentábamos atraer a Luna al salón para que disfrutara un poco del resto de la casa pero eran ratitos y la gata no acababa de estar cómoda. Echábamos de menos ver a Luna enroscada tranquilamente en el sofá haciendo su siesta habitual o que estuviera en nuestro regazo mientras veíamos la tele. Como habíamos seguido sin éxito todos los consejos que nos habían dado, ya no sabíamos que más podíamos hacer y nos resignamos a continuar así. Nos sentíamos tristes porque la calidad de vida de Luna había empeorado pero no veíamos solución al problema. Pero había solución y nos llegó del modo más inesperado.

Un día dando un paseo nos topamos con una sorpresa. Detrás de un muro apareció una gatita diminuta de dos meses, estaba sola y presentaba un aspecto lamentable. Era toda piel y huesos. Tan chiquitina y delgadita que solo se veían dos enormes orejotas. En el momento en que la vimos supimos que no podíamos dejarla ahí. Nosotros no podíamos quedárnosla, ya que nuestra situación era ya bastante complicada con una perra y una gata que no se podían ver ni en pintura, como para complicarla más todavía añadiendo otro problema. Pero decidimos que la cuidaríamos hasta que le encontráramos una buena familia. La gatita nos huía pero con comida conseguimos meterla en un transportin y llevarla a casa. Tenía tanta hambre que ni siquiera cuando se vio encerrada en la jaula dejó de comer.

Así que ahora teníamos un animal en cada habitación de la casa. La situación no era precisamente cómoda. A esto hay que añadir que la nueva inquilina estaba bastante asustada. Una vez en casa en cuanto se vio fuera de la jaula se escondió debajo de un mueble y no había forma de hacerla salir. Cuando estábamos fuera de la habitación la oíamos comiendo y usando la caja de arena pero en cuanto nos oía entrar volvía a su estrecho refugio. Pensamos que poco a poco se acostumbraría a nosotros pero en una semana no la vimos ni una vez. Estábamos muy preocupados y se nos ocurrió llamar a la Fundación Altarriba para que nos aconsejaran como socializar a un gatito de la calle. Nos recomendaron a Jordi un experto en gatos del que nos dieron muy buenas referencias. Nos dijeron que había ayudado a muchas personas a resolver conflictos con sus gatos. Decidimos llamarle y quedamos con él para al cabo de unos días.

Cuando llegó Jordi enseguida nos dio mucha confianza. Es una persona que emana una energía muy tranquila y relajada y hace que todo parezca sencillo. Nos pareció muy evidente que ama y comprende a los animales, especialmente a los gatos pero no solo a ellos ya que conectó muy bien con nuestra perra. Entramos los tres en la habitación de la gatita y a los quince minutos ya la teníamos ronroneando ruidosamente en el regazo. Aunque ya nos habían advertido de que era muy bueno a nosotros nos pareció un milagro. Jordi nos dijo que era un caso muy fácil porque era una gatita muy pequeña y necesitada de cariño. A nosotros, que en muchos días no habíamos conseguido que saliera de debajo de la cómoda, no nos había parecido nada fácil hasta que él llegó. Él fue quien lo hizo fácil.

Animados con los buenos resultados le explicamos a Jordi los problemas que teníamos con Luna y Dharma, las conoció a las dos y estuvo un rato haciendo ejercicios con ellas. Nos dio unas pautas para que se relacionaran que eran diametralmente opuestas a las que habíamos seguido hasta la fecha y que solo habían llevado a la marginación de Luna. Le explicamos a Jordi que nos encantaría quedarnos a la gatita nueva pero que lo veíamos imposible, él por el contrario no lo veía nada difícil y nos animó muchísimo. Estaba convencido de que las tres podían convivir en armonía en un pequeño piso. Quedamos en que Jordi volvería a vernos al cabo de unas semanas, mientras nosotros seguiríamos socializando a la gatita y practicando con los ejercicios que nos había mandado.

Desde ese mismo día la gatita ya no nos huía, sino que reclamaba nuestra presencia; quería mimos y que jugásemos con ella. Con Dharma y Luna la evolución fue más lenta. Pero al cabo de un par de semanas de hacer los ejercicios que nos recomendó Jordi, vimos un cambio muy importante, la gata estaba mucho más relajada y el ambiente de nuestra casa había cambiado por completo.

Llegó el día de la presentación de Olivia (así llamamos a la nueva gatita) a Dharma y a Luna. Nos alegró que lo hiciera Jordi porque nos daba muchísima confianza y a nosotros nos asustaba un poco el momento. Jordi llevó la presentación con su serenidad habitual. Dejó que Dharma oliera a la gatita, por la que sentía una gran curiosidad, controlando en todo momento que no se hicieran daño. Nos dio una serie de indicaciones y nos dijo que le llamáramos para ver como iban las cosas, pero que no creía que tuviera que volver. Estaba seguro de que le llamaríamos para decirle que todo iba estupendamente. Y así fue, desde entonces hemos llamado varias veces a Jordi por teléfono para hacerle pequeñas consultas, que siempre nos ha contestado amablemente por teléfono. No ha hecho falta que vuelva a casa porque las tres conviven en paz. Luna ha recuperado todo su territorio y se pasea tan pancha junto a la perra que no la molesta en absoluto porque ya se ha acostumbrado a verla y piensa que esa gata es una aburrida, todo lo contrario que su amiga del alma Olivia, que siempre esta dispuesta a tomar el sol con ella en el balcón o a jugar a perseguirse la una a la otra por toda la casa.

Ahora tenemos todas las habitaciones abiertas y nos asombra cuando nos recordamos que vivimos durante meses con tanta tensión. Por fin tenemos paz, es decir toda la paz que se puede tener con una gatita de diez meses llena de energía y ganas de jugar a todas horas.

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